La Naturaleza es paciente y
tozuda, la meteorología la expresión de su Ley. Nos creemos inmunes a ella
montados en la utopía de la superioridad tecnológica y basta una buena nevada
en España para dejarnos a todos paralizados. Nos cortan el agua o la
electricidad y nos quedamos huérfanos de bienestar. Cuando esto ocurre y me
pilla en el pueblo, siempre hay unas velas y un pozo o fuente cerca para sacar
agua, saliendo del paso en lo que se arregla la avería. Por supuesto hay que
hacer acopio de paciencia y un ejercicio de adaptación espartana, para saber
convivir sin ese cordón umbilical de las fuentes de energía que nos une al
siglo XXI. Pienso en ello mientras leo las noticias del huracán Sandy a su paso
por la costa este de Estados Unidos. Tres millones y medio de viviendas y
negocios aún sin luz. Caos y desastre en medio de los fríos, las elecciones y
la Maratón de Nueva York. La ciudad de las ciudades rendida a los vientos
huracanados.
Este desamparo de los neoyorkinos, y demás compatriotas, es
semejante al sufrido por los habitantes de Tokio, y demás japoneses, durante el
terremoto del pasado año. La metáfora de esta megaciudad sin luz en los
luminosos de las marcas comerciales, en calles y viviendas es de nuevo una
colleja para devolvernos la sensatez.
Las megaciudades se han planteado
como solución a muchos de los problemas del pasado y presente siglo, y no tengo
muy claro dicho acierto. La vuelta atrás es compleja y casi imposible. Pero de
estas lecciones debemos sacar moralejas aquellos que vivimos en ciudades de
menor entidad y en los pueblos. Tenemos menos servicios y encina nos los
recortan, pero quizás no andemos tan mal como pensamos, o al menos, podemos
repensar el modelo de población en el que vivimos y como relacionarnos entre
pueblos y ciudades.
Este ha sido el objetivo del Seminario de la Asociación Nordeste
de Salamanca dentro del Proyecto de Cooperación Interterritorial Nuevas
Relaciones e Interdependencias Urbano -
Rurales. Técnicos venidos de distintas partes de España y Europa expusieron sus
visiones y propuestas de cara a un nuevo modelo de interdependencia, entre
aquello que conocemos como mundo urbano y mundo rural. A pesar de las buenas ideas e intenciones,
todo lo expuesto queda condicionado a presupuestos y personas. Dineros que
permitan establecer estos canales y personas que quieran asentarse en los
pueblos, o sea, un éxodo urbano real.
Curiosamente, coincidiendo en
fechas y lugares de celebración, la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente organizaba
un taller de trabajo con objetivos semejantes pero con alternativas concretas.
Su proyecto Consuma Naturalidad busca la promoción de los productos que
favorecen la cría de razas ganaderas autóctonas y el cultivo de las variedades
vegetales autóctonas más características. Es decir, conservar nuestros
paisajes, nuestros paisanos y los
oficios del campo a través del consumo de productos propios. Desde esta entidad
quieren lograr que desarrollemos nuestros pueblos y su riqueza natural desde
nuestra nevera y nuestro menú. Tan sencillo, bajando al caso salmantino, como
ser consciente que cuando consumamos carne de morucha estaremos protegiendo las
dehesas. O cuando preparemos unas lentejas de la Armuña, será la avutarda y los
sisones los que salgan beneficiados. Aunque la primera especie a proteger será
el hombre y la mujer del campo.
Repensemos en lo que hacemos y
decidimos a diario, pues hay más soluciones de las que pensamos. Pero sobre
todo no nos creamos que la ciudad no necesita a los pueblos. Esta mutua
dependencia es real, y a mayores, unos y otros dependemos de lo que hagamos con
nuestro clima y con eso que llamamos
naturaleza. A las muestras me remito (Raúl de Tapia).
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