Hay personas
con las que merece la pena hablar al menos una vez en la vida. Nos son humanos
archiconocidos, ni académicos de la lengua y ni filosóficos pensadores. Pero
son paisanos a los que la gente de su entorno les tiene cariño, albergan un
lenguaje rico, sin contagiados neologismos y su cabeza rebosa de reflexiones
que sedimenta la vida. Sin duda una de estas personas es Donato, molinero a la
par que carpintero, nacido, pacido y trabajado en el molino de Olmillos de Santa
Teresa, en Juzbado. Su vida ha transcurrido a pié mismo de Tormes, sobre el que
lee las llegadas de las lluvias o las caídas de los fríos.
Hace ya tiempo,
saliendo de su molino, me soltó una frase de las que te dejan las neuronas
procesando: “Según temblequea, así llueve”. Es lo que dijo mirando unas bayoneras
que tremolaban en la orilla. Después de
andar unos minutos hacia su casa, no puede por menos que indagar sobre el
significado de lo dicho. El resultado fue sencillo, según la intensidad del
movimiento de dichas espadañas, al día siguiente caería más o menos agua. Mi
pensamiento inmediato se dirigió a pensar en las horas, días y años que habría acumulado, interiorizando ese
fenómeno meteorológico, para que de un golpe de vista afirmara con tal rotundidad.
Esta sabiduría
tradicional también la hemos visto, los que le visitamos en su pictórico rincón
del río, cuando nos enseña el interior del molino. El mecanismo sigue intacto
pues lo mantiene y conserva, sin ayudas ni subvenciones: ni las pide ni las que
quiere. Este perfecto estado de revista le permite llegada la siega seguir
moliendo para los amigos. Cuando abre la trampilla del agua, para que las norias
den vida a las muelas, aquello se convierte en una sinfonía anárquica de
golpeteos y chirridos. Parece literalmente que va a empezar a andar todo el
edificio con nosotros dentro.
Pero hay más, su ingenio y conocimiento le
llevaron en la juventud a convertir el movimiento hidráulico en mecánico y
plantear una carpintería en el piso superior. Correas y rodillos ponen en
movimiento las sierras y demás útiles con los que ha trabajado la madera. Allí
ha parido trillos y carros, arados y yugos, en los tiempos en que estas
herramientas peinaban la Armuña chica de surcos y trigales.A día de hoy, cuando
se anima a hacer algún pequeño carro, se sube a su taller, a pesar de tener
otro moderno donde su hijo continúa el oficio. Se entiende mejor con estas
máquinas que con las otras.
En verano dio
el pregón de las fiestas de su pueblo, en medio de muchos nervios pero
acompañado con entusiasmo de sus hijos y vecinos. Y recordó los kilómetros que
hacía a pié para ir a la escuela de chico y la alegría que le produjo la
primera bicicleta que le regalaron. No por el divertimento, que también, sino
fundamentalmente por los cansancios que se iba a evitar.
No quiero
finalizar sin resaltar su útil labor a la hora de conservar ese patrimonio
hidroetnográfico que son los molinos. Su labor altruista mantiene entero y
sólido un edificio que arranca su historia a finales del siglo XVII y que llega
a nuestros días. En medio de tanta información de inútiles inversiones
multimillonarias en aeropuertos desérticos y de personalidades que meten la
mano en la caja común, el ejemplo de personas anónimas como la homenajeada ha
de ser sacado a luz. Aunque sólo sea para dar un poco de optimismo a las
noticias y plantear modelos honestos a los jóvenes.
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